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ELPASO en Yorokobu. Mayo 2016.

ELPASO: la historia de los Nirvana chicanos a través de su arqueología gráfica

Según una cifra totalmente inventada por la Universidad del desierto de Tabernas, cada día se forman en el mundo trescientos millones de bandas. De ellas, el 99,99% se mantienen ocultas y desconocidas para toda la humanidad exceptuando a un círculo de grado 2 en la escala de Kevin Bacon. Es decir, a esas bandas las conocen sus amigos, familiares y algún coetáneo de la escena que pasa por allí y que, por un motivo u otro, conecta con la banda.

Algo así ocurrió con la banda estadounidense ElPaso. Su carrera fue fugaz, semianónima y quedó olvidada en el discurrir de los años. Nada fuera de lo normal salvo porque su historia ha vuelto aparecer como rescatada de una cápsula del tiempo. Lo que hay dentro de esa cápsula es el testimonio de cómo se hacían las cosas en eso de la música en la era en la que a YouTube no lo podía imaginar ni Asimov; una mirada a unos años de underground, collages, escasez de testimonios gráficos y actitud punk que daría paso a la explosión grunge pocos años después.

El estadounidense de origen chicano Daniel Álvarez (Oxnard, 1962) formó parte de aquello. Álvarez es hijo de unos emigrantes mexicanos que llegaron a Estados Unidos en los años 40 del pasado siglo. Californiano de nacimiento, los huesos de su familia y, en consecuencia, los suyos, terminaron en El Paso, Texas.

Allí, en el Ysleta High School, conoció a Ricardo Salazar en un momento en el que la vida, sus mentes o la escena rockera eran efervescentes. En sus cabezas bullían influencias como Ramones, el hardcore, la cultura de fanzines o el mundo de cómics como Love & Rockets de los hermanos Hernández –casualmente nacidos en Oxnard, como Álvarez–. Ocurrió lo que solía ocurrir en estos casos: Álvarez y Salazar fundaron un grupo y lo bautizaron con el nombre de su ciudad, ElPaso.

A la vez, comenzaron a editar su propio fanzine, Rock & Lovets, en homenaje al cómic de los hermanos Hernández. Ya formaban parte de la escena y la máquina se puso a funcionar. Esa aventura no duraría mucho.

La memoria gráfica de ElPaso

Daniel Álvarez vive hoy en día en Córdoba. Su hermana mayor hizo un viaje por Europa a finales de los años 80 y quedó enamorada de España. Cuando el estadounidense se planteó hacer su propio viaje por lo que queda a este lado del Atlántico, nuestro país estaba entre sus destinos. El primero, de hecho. «Durante algún tiempo Ricardo Salazar estuvo aprendiendo español con una mujer que impartía clases privadas allí; creo recordar que era andaluza o de familia andaluza y nos hablaba mucho de todo esto. Me pareció un sitio interesante por el que empezar mi viaje por Europa y mira, ya llevo aquí 26 años», explica el propio Daniel Álvarez.

Esas circunstancias fueron las que hicieron que ElPaso volviese a aparecer en su vida. Habían pasado 24 años desde que Daniel se había mudado a España desde Estados Unidos. Su hermana Rosa fue a visitarle a Córdoba y aprovechó para llevarle una maleta con lo que quedaba de su vida en la casa familiar, en la que compartía con sus padres y sus hermanos.

Las sorpresa llegó cuando Daniel se dio cuenta de que el contenido de esa maleta era prácticamente toda la historia material que queda de la banda que Salazar y él fundaron en 1985: el máster de grabación del único disco de estudio de la banda (que no se llegó a editar), carteles de conciertos, flyers, casetes, alguna camiseta o los collages que el propio Álvarez había creado para ese disco perdido en un armario. «Cuando volví a escucharlo todo, cuando vi todo el material, pensé que se trataba de la mejor banda de la historia», dice el californiano.

Álvarez había hecho un viaje en el tiempo que le acabó golpeando emocionalmente. Muy poco después de la fundación de ElPaso y tras tocar la batería y el bajo, él decidió dedicarse a las facetas que más le gustaban: management, diseño y producción del grupo. De hecho, él no grabó ningún instrumento en el disco de ElPaso. En cambio, todo el material gráfico que apareció en esa maleta era el Daniel Álvarez de finales de los ochenta. Todo aquello era él mismo treinta años atrás.

Ese compendio de arte de fotocopiadoras, estética fanzinera y collages imposibles es también el testimonio gráfico del marketing casero de una época justo antes de que se produjese el big bang que catapultó a esos grupos a la MTV y, por ende, a las teles de los salones de todo el mundo.

Cada panfleto, cada hoja, es herencia de la trayectoria que tanto Daniel Álvarez como Ricardo Salazar habían emprendido al alimón desde sus años de instituto. «Realmente lo primero que hicimos Ricardo y yo fue crear algunas historias ilustradas y tiras cómicas en clase y en los ratos libres. A mí me gustaba dibujar y él escribía francamente bien, entonces se hacían muchas cosas por el hecho de hacerlas sin más pretensión, nos divertía. Cuando empezamos a ir a conciertos y a ver lo que estaba pasando sí que decidimos juntar todo en un fanzine al que llamamos Rock & Lovets», cuenta el americano.

Plan de ruta

La carrera de ElPaso fue casi imperceptible. Álvarez explica la ruptura, en 1990, como la crónica de una muerte anunciada. ElPaso estaba haciendo un tour por Texas en 1989 y dio un lamentable concierto en Houston. «Aun así, Ricardo tenía la necesidad de hacer algo con el grupo. Yo, a esas alturas estaba muy desconectado de la música y me había metido en proyectos artísticos y de performance. El batería y el bajista, que eran hermanos, creo que se planteaban volver a Denison en aquella época. Ricardo puso encima de la mesa el proyecto de grabar un disco e incluso contrató los Goldust Studios de Las Cruces con sus ahorros. Yo me encargaría de documentar la grabación. Lo cierto es que yo no cumplí con mi compromiso y anduve poco por Las Cruces», cuenta.

La muerte de Octavio, el guitarrista de la banda, en accidente de tráfico supuso la puntilla para la biografía de la banda. The end. Hasta hoy, el año en el que Daniel quiere editar el disco de ElPaso, escribir un libro que cuente la historia de la banda y aportar una memoria visual de todo (vida del grupo incluida) a través de un documental. «No tenía la intención de liarme tanto, la verdad; básicamente quería escribir un libro», explica. «Pero parece que estas cosas van solas».

Daniel conoció en Córdoba a Pedro Peinado, uno de los tres dueños de la editorial Bandaàparte. «Era muy amigo mío cuando llegué a Córdoba en los noventa. Hacía algún tiempo que no nos veíamos y justo coincidimos cuando mi hermana me acababa de visitar y yo estaba un poco con todo eso en la cabeza. Él me contó que había montado una editorial y pensamos que podríamos hacer un libro juntos con todo esto».

El propio Peinado sugirió que Benja Villegas, a quien la editorial había publicado un libro hace algunos meses, escribiera la biografía de ElPaso. Como, además, Villegas tiene una productora audiovisual junto a su mujer y un amigo –La Perrera, se llama–, le propusieron hacer un documental sobre el grupo y la escena musical de la ciudad de El Paso. «Si te digo la verdad, a partir de ahí me dejé llevar. Consensuamos todos los pasos pero confío en ellos. Les envié la maleta con todas mis cosas a Barcelona y ellos han sido los que han diseñado toda esta historia. En parte, me gusta mantenerme un poco distanciado y verlos trabajar por amor al arte con tantísima energía. Me recuerda un poco a lo que hacíamos nosotros, son bastante punks en ese sentido», señala el estadounidense.

La misión necesita financiación y, por eso, Benja Villegas ha comenzado una campaña de mecenazgo en Verkami. El presupuesto recaudado irá destinado a la edición del libro (con el disco grabado en 1990 incluido en su interior) y la realización del documental. Tras eso llegaría el más difícil todavía.

La carta a Sub Pop

Uno de los objetos que contenía la maleta que Rosa llevó a su hermano a Córdoba era el aglutinador de todas las emociones y sueños de la banda: una carta escrita en 1990 e inacabada que Daniel nunca envió a Sub Pop, el mítico sello discográfico de Seattle que editó a Nirvana, Soundgarden o Mudhoney y que aún hoy sigue con nombres como Beach House, Band of Horses, Sleater-Kinney o Fleet Foxes.

Esa carta es el punto de partida de esta etapa y la meta pasa por conseguir que la disquera lance el trabajo de la banda chicana. De hecho, una de las peticiones de Álvarez y Villegas es que quien esté interesado en el proyecto de resurrección de ElPaso se ponga en contacto con Sub Pop para mostrarle su interés por ver ese disco publicado. Daniel Álvarez ya ha terminado la carta y está lista para que Bruce Pavitt y Jonathan Poneman, fundadores del sello, la reciban.

Más allá del objetivo mitómano de Álvarez, al tipo ni se le pasa por la cabeza volver a reunir a la banda. Los últimos recuerdos, de hecho, son todos negativos. «Cuando llegué a España no tenía ganas de verlos ni de saber de ellos. Me marché en el 90 y no volví a Texas hasta el año pasado, una burrada. Hice varias intentonas por internet pero sólo pude contactar con la exmujer de Ricardo. Me contó que se habían separado en el 92 (creo) y que no había vuelto a saber de él. El año pasado, en El Paso, pude ver a algunas otras personas del entorno del grupo, pero la mayoría de gente se acabó marchando de la ciudad. Conseguí el teléfono de Will (el batería) y hablamos por teléfono. No estaba especialmente interesado en nada que tuviera que ver con la banda». De hecho, Álvarez se tomó ese desinterés como un OK para seguir adelante con el proyecto sin contar con la banda.

La aventura no constituye solamente la vuelta a la vida de ElPaso. También ha sido un aliciente vital para el propio Daniel Álvarez. Cuenta que su faceta artística pasó a ser un hobby cuando llegó a Córdoba, donde comenzó a trabajar en la Administración. «De un tiempo aquí estoy intentando recuperarla y estoy preparando obras para una exposición». Además, ha conseguido rescatar el sonido y la memoria visual de una época, extraviados en una maleta en El Paso, Texas. Sólo por eso, todo esto ha dejado de ser tiempo perdido.